Opinión
Concordia
Concordia, sino avenencia, sino conciliación, sino hermandad, sino acuerdo, sino paz, ¿tanto? La historia cuenta, sí, cuenta, y nos cuenta, trae al presente los encuentros y los desencuentros, los arreglos y desarreglos, las idas y venidas.
Concordia, ¿qué es? El DLE nos muestra al menos tres acepciones afines a lo que discurriré esta vez. Una, "Conformidad, unión". Otra, "Ajuste o convenio entre personas que contienden o litigan". Y una tercera, "Instrumento jurídico, autorizado en debida forma, en el cual se contiene lo tratado y convenido entre las partes". Se observa que en ellas se va, de acuerdo con nuestras expectativas, de un uso, amplio, genérico a otro específico o técnico.
No solo hoy, ayer y siempre, hemos tendido desde la individualidad, y quizás desde el perturbador individualismo a sostener nuestras ideas, nuestras percepciones, nuestras convicciones y mantenerlas a brazo partido, confrontándolas con las ideas, percepciones y convicciones de otro, de otros.
Así ha sido por los siglos de los siglos.
¿Cuándo ha imperado el acuerdo, el sostenimiento de unas ideas en concordia con las de otros? Ello ha ocurrido muy esporádicamente en el tiempo.
Tendemos más, mucho más a tender límites, vallas, cercos, fronteras, que puentes. Son muchas más las oportunidades de zanjar las diferencias con la edificación de muros, gigantescos incluso, antes que construir puentes que revelen hermandad, entendimiento, conciliación, acuerdo, acuerdos.
Todo ha de ser comprensión. No pocas veces me he referido que mejor, mucho mejor es sumar, sino multiplicar, que sean acciones preferentes que restar y, menos, dividir.
¿Cómo hacer, cómo hacerlo? Sumando acuerdos, poco a poco. Que cuesta, sí, pero hay que exponerse a ello. Somos diferentes, sí, pero debemos dar espacio al encuentro, en la confrontación de ideas, en concordar en mínimos comunes denominadores. Oponer pareceres, saberes, conocimientos, valores, no para doblegar, sino para conseguir equilibrios, armonías, concordias. Hay que sentarse a dialogar, a tratar esos mínimos. Y así se comienza.
¿De qué se trata esto? De que sumar siempre nos dará mejor resultado que realizar algo solos, o cada uno por su cuenta, sin atender ni tener en cuenta aquello que nos es común. Pero si nos sumamos dos a la tarea, haciendo lo mismo o complementándonos, mejor habrá de ser el resultado.
Insisto, este tiempo no es de restas ni divisiones. Este no es tiempo de ser espectadores, observadores, o críticos, debemos poner todos voluntad de entendimiento, de concordia. No hay que restarse, menos, mucho menos ser parte de la división. ¿Utopía, sueño, otra vez?
La verdad, la verdad es que modos de superación, de crecimiento, de desarrollo solo saben de sumas y multiplicaciones, ¿lo sabían? Lo sabemos desde muy niños, desde nuestra tierna alfabetización.
Restar y dividir, implica restarse y apartarse, haciéndonos ajenos, extraños. Tampoco es tiempo de taparse los ojos, los oídos ni la boca. No ver, no oír, no decir, esa no es la idea. Al contrario, debemos prestar atención a todo lo que ocurre a nuestro alrededor, a lo que nos ayuda o favorece. Siempre hay situaciones tanto positivas como negativas y lo mejor es poner atención a lo provechoso, pues si atendemos a lo incierto o problemático todo será cuesta arriba, complejo, difícil. Debemos prestar atención a comentarios buenos, alentadores. Podemos oír todo lo que ocurre en nuestro entorno, sin embargo la clave es escuchar aquello que nos aporte, que nos haga crecer como personas. Y, finalmente, debemos pronunciarnos, y hacerlo con cordialidad, con expresiones buenas, antes que emplear malas palabras, que causan daño; es seguro que expresarnos así no nos ha de dejar buen sabor en la boca.
"Estudiar Historia debería servirnos para aprender a ser más humildes". José Manuel Galán.
Raúl Caamaño Matamala,, profesor, Universidad Católica Temuco