¿Dialogar con la CAM?
La directora del Instituto de Derechos Humanos propuso -a fin de resolver los problemas de violencia en el sur- una amplia mesa de diálogo, donde, satisfechas ciertas condiciones, se incluya a la CAM.
Como la CAM ha sido ejecutora de múltiples atentados violentos, la propuesta, con razón, ha causado sorpresa.
¿Es razonable un diálogo con la CAM?
A primera vista sí. El diálogo puede contribuir, se dice, a generar confianzas y a establecer compromisos de largo plazo o de cooperación con quienes son adversarios. Esta es, en síntesis, la vocación de la democracia, la convicción de que la única forma de promover los propios intereses es mediante el diálogo y el voto ¿Qué mejor idea entonces que usar las armas del diálogo en la búsqueda de la paz? ¿Acaso no es mejor poner la otra mejilla incluso desde el estado?
Pero basta detenerse a pensar un poco para reparar en cuán absurdo es establecer una mesa o instancia de diálogo con la CAM puesto que ella ha declarado oponerse justamente a esos métodos del diálogo y el voto democrático, a los que considera caminos cerrados, engaños o imposturas meramente coloniales. Sería muy raro que la CAM se tomara en serio una mesa cuya metodología esa organización, por principio, rechaza.
De otra parte, la CAM sentada a una mesa de diálogo, equivaldría a ojos de terceros a una negociación entre el estado de Chile y un grupo insurgente o beligerante que aparecería como un igual frente al primero, como un grupo representante de una nación oprimida buscando un armisticio con la nación dominante. Esa escena de representantes del estado sentados bajo condiciones de igualdad con quienes han transgredido el estado de derecho, con quienes han declarado conceptualmente no creer en él y han reivindicado, en cambio, una y otra vez el empleo de métodos violentos, equivaldría implícita, pero inequívocamente, a reconocer a la CAM como un grupo insurgente o beligerante con las consecuencias que de ello se siguen para el derecho internacional. Un diálogo en esas condiciones equivaldría a un foro o encuentro al margen de las fuerzas parlamentarias, entre representantes del estado y portavoces de la CAM a fin de hacer ofertas de concesiones que permitieran aplacar las acciones violentas. Pero algo así importaría darles la razón de que ese -la violencia, los atentados- era el camino. Con ese ejemplo, validado por la realización de un diálogo, el ejemplo sería imitado una y mil veces.
Como se ve, hablar en este caso de diálogo es absurdo ¿por qué el estado debiera dialogar con quienes descreen de él, de su legitimidad y, en cambio, proclaman la fuerza como método de acción política en democracia?
De acuerdo -se dirá- no se debe dialogar; pero ¿por qué no negociar entonces con esos grupos?
Un diálogo es un intercambio de razones entre quienes comparten, además de un mismo lenguaje, unos mismos valores a partir de las cuales buscan acuerdos para la realización de una tarea cuyos objetivos estiman son comunes. Y esas son razones para descartar, como ya se vio, un diálogo con la CAM. Una negociación, en cambio, es un juego de pulsos, un gallito, una medición de fuerzas u objetivos estratégicos, un intercambio de intereses opuestos, radicalmente opuestos, cuando ninguna de las partes logra imponer los suyos.
Si no se puede dialogar ¿habrá que negociar?
Tampoco, porque ¿qué podría negociar el estado en este caso? ¿La entrega de tierras o territorio confirmando, así, que el método de la CAM, los balazos y los incendios, era efectivo y que las víctimas que han sufrido eran un precio que el estado estaba dispuesto a pagar?
No hay caso.
Lo correcto en este caso es que la fiscalía y la policía se esmeren en identificar y castigar, con arreglo a la ley, a la CAM y sus partícipes. Lo que corresponde, en otras palabras, es que el estado cumpla su deber y ahí si el Instituto de Derechos Humanos tendrá el papel de vigilar que se respete el debido proceso con quienes han de ser llevados ante la justicia. Pero lo que no puede hacer el Instituto es -en otra versión del buenismo-- brindar pretextos para que el estado no cumpla su tarea.
Carlos Peña