Una falsa solución
No tiene sentido examinar el resultado del domingo que recién pasó aisladamente, separado de lo que ocurrió en el anterior plebiscito u olvidando lo que ha ocurrido en los últimos cuatro años.
Luego de octubre del año 2019, se propuso lo que podría llamarse la solución constitucional.
La solución constitucional no fue solo la propuesta de un nuevo texto y el rechazo del entonces vigente, sino que fue la portadora de un diagnóstico acerca de la trayectoria del Chile contemporáneo y un intento derogatorio de la forma de hacer política que hasta ese momento lo había conducido.
Es un error creer, entonces, que lo ocurrido este domingo y lo que ocurrió en el plebiscito que lo antecedió, fue el rechazo de una propuesta jurídica. Fue eso, desde luego, aunque es difícil creer que esa propuesta haya sido conocida de la mayoría; pero fue sobre todo la manifestación de una disonancia entre la cultura espontánea de la mayor parte de la ciudadanía, por una parte, y la idea acerca de la trayectoria y la política de Chile de las últimas décadas de que era portadora como la solución constitucional, por la otra.
¿Significa eso que se ha tratado de un despilfarro, un simple dispendio de recursos y de tiempo?
No.
Lo anterior no significa que el proceso de todo este tiempo haya sido inútil o un simple despilfarro.
Solo significa que fue erróneo. Podría llamársele incluso un error útil.
Porque, en efecto, puede pensarse (usando lo que la literatura llama un contra fáctico) que la situación pudo ser dramática si este proceso no se hubiera iniciado y si las fuerzas políticas no se hubieran dejado envolver por la fantasía de que una nueva constitución era posible y además deseable. Puede sostenerse también que este proceso tuvo, después de todo, un valor terapéutico algo así como lo que en los inicios del psicoanálisis se llamó abreacción que consistía en provocar en el paciente angustiado o desorientado una especie de desahogo emocional. El proceso entonces puede creerse, evitó un abismo o favoreció la liberación de pulsiones emocionales. Y desde ese punto de vista habría sido útil.
Pero una utilidad de esa índole no puede ser el criterio final en política. Todavía se requiere que las ideas o conceptos que las fuerzas políticas persigan sean verdaderos.
Por supuesto la verdad en política no es lo mismo que las verdad en materia de matemáticas o en cuestiones estrictamente empíricas.
Es de otra índole.
Se trata de una similitud entre lo que ocurre en el subsuelo de la vida social que se llama cultura, ese ámbito donde las personas forjan sus expectativas, establecen su identidad y elaboran su memoria, y el conjunto de las ideas, valores o puntos de vista que el político promueve. Ahora bien, en el caso de la solución constitucional promovida en los últimos cuatro años, esa verdad no se configuró. Esas ideas, relativas como se dijo a la trayectoria del Chile contemporáneo, se revelaron políticamente erróneas, es decir, no mostraron concordancia con la sensibilidad y la forma en que la mayor parte de las personas conciben la trayectoria de Chile y lo más probable su propia trayectoria.
Las ideas en política -vale la pena insistir- son verdaderas no cuando son moralmente correctas, ni cuando responden a una concepción global moral o de otra índole como creyeron la Convención primero y los republicanos, después, sino que su verdad se mide por su consonancia o coherencia o su compatibilidad con la normatividad y las expectativas que, de hecho, existen en la vida social. Si esa consonancia no existe, la política riñe con la realidad o lo que es lo mismo con la verdad de la vida social.
Es lo que ocurrió a la solución constitucional: resultó falsa.
Carlos Peña