El papel de Tohá
¿Cómo evaluar el papel de Carolina Tohá? ¿Está ella acaso despilfarrando su imagen al afrontar todos, o casi todos, los problemas y tropiezos que experimenta el gobierno?
Esas preguntas vienen al caso puesto que cuando se compara su papel con el de la ministra Vallejo, la diferencia es flagrante: esta última tiene cuidadas apariciones y una indisimulable distancia con todo lo que, al estropear al gobierno, pudiera estropearla a ella. Carolina Tohá, en cambio, hace frente, de manera discursiva y práctica, a la totalidad de los desafíos cotidianos, aunque ello signifique solidarizar con la torpeza y los errores que se cometen y la inexperiencia que a veces se exhibe (que, desde luego, no es suya).
Un observador estrictamente pragmático consideraría que ella comete un error al olvidar que, previsiblemente, será rival de la ministra Vallejo en alguna futura primaria, de manera que no debiera dejar que ella descanse y ponga a salvo su imagen mientras ella trabaja y arriesga la suya.
Sin embargo, una evaluación más cuidadosa del papel de Tohá puede llevar a conclusiones distintas.
Para ello puede ser útil recurrir a una distinción que se encuentra en Kant. Se trata de la distinción entre razonamiento prudencial y razonamiento ético o, si se prefiere, entre lo que aconseja la prudencia y lo que ordena el deber.
Un razonamiento prudencial es aquel que procura satisfacer el propio interés. Actúa, pues, prudencialmente, quien hace aquello que su bien o el propósito al que aspira o el deseo que abriga, le aconseja. En cambio, un razonamiento ético atiende no al propio interés sino al deber, a la obligación que es independiente del propio interés.
Con apoyo en esa distinción, puede afirmarse que Carolina Tohá es imprudente en su obrar puesto que muchas de las cosas que hace -salir de vocera, explicar los tropiezos, acudir donde hay víctimas, defender con argumentos a otras autoridades- van en contra de lo que ha de suponerse es su mejor interés de política: ganar popularidad, evitar se le acuse de esto o de aquello, asociar su imagen a los buenos resultados y a las escenas agradables y rehuir las amargas.
Si es imprudente; pero ¿quiere ello decir que actúa mal?
Por supuesto que no desde que ella cumple con su deber.
Según una larga tradición, obrar por deber consiste en ejecutar una acción o llevar adelante una conducta, incluso si ella va contra el propio interés o los propios deseos. En el cumplimiento del deber el individuo desatiende lo que es mejor para él y presta atención y cuidado, en cambio, a lo que favorece los bienes que van allá de sí mismo, en especial aquellos que corresponde promover al papel que desempeña. Actúa por deber el profesor que exige con rigor a sus alumnos, aunque con ello se granjee su enemistad; actúa por deber la autoridad que cumple la ley incluso si ello le supone impopularidad; obra por deber el ciudadano que respeta las reglas, no obstante que le resultaría más fácil y sencillo transgredirlas. Y así.
Pues bien, Carolina Tohá es cierto, actúa de manera imprudente al no atender a lo que la favorece; pero actúa correctamente en la medida que atiende a las obligaciones que le impone el rol o papel que desempeña, incluso si al hacerlo, como parece ser el caso, despilfarra parte de su imagen y de su popularidad.
Hay pues que celebrar a Tohá por la actitud que asume, en vez de susurrarle al oído o hacerle saber por la prensa, que las cosas le irían mejor en el futuro si desatendiera sus deberes o si los ejecutara con la cuidada cautela de quien, cerca suyo, obra con la prudencia de quien teme ante todo dañar sus intereses y está dispuesto a cuidarlos incluso a costa de relativizar sus deberes objetivos.
Carlos Peña