La comuna de Iquique lleva años sufriendo por el colapso vial en sus calles debido al gran número de vehículos y el escaso espacio de una ciudad que no ha logrado crecer en superficie.

Son más de 200 mil personas que viven en la capital regional y pese a este sostenido aumento de habitantes no ha podido expandirse lo suficiente hacia el sector sur, como se esperaba hace unas dos décadas.

Al mismo tiempo, el parque automotor también aumentó y ya en la región se registran más de 156 mil vehículos, con una de las tasas más altas por habitante. Todo lo anterior en el contexto de las facilidades que entrega la Zona Franca para adquirir un vehículo usado a un precio bastante más bajo que en el resto del país gracias a que son importados bajo un sistema que, aunque impone restricciones para que estos circulen en otras regiones. Sin embargo, sí están habilitados para hacerlo sin problema en la zona de excepción arancelaria.

Este escenario suma para que el colapso vial sea casi un problema endémico y cuya solución no se vislumbra ni siquiera por parte de las autoridades locales.

Todos los días son cientos de infracciones que se cursan a los conductores por vehículos mal aparcados, autos que se retiran de la vía pública por abandono y otros cientos que circulan sin papeles al día o elementos de seguridad necesarios para evitar accidentes.

El diagnóstico es fatal, sin embargo, es difícil proyectar quién le puede poner un freno a esta situación pese a la incomodidad que genera, el daño a la infraestructura pública y al medio ambiente.

Para los iquiqueños además es complejo desprenderse de los autos, en una ciudad que por varias décadas se acostumbró a la comodidad que ofrecen, aunque lamentablemente se esté causando un grave daño a la calidad de vida y aportando al deterioro del urbanismo local.

Son muchas las medidas que pueden aportar: como fortalecer la locomoción colectiva, mejorar la infraestructura vial, generar restricción de circulación, entre otras, pero para ello se requiere principalmente una voluntad política que busque más que el apoyo popular, el bien común general.

"Este escenario suma para que el colapso vial sea casi un problema endémico y cuya solución no se vislumbra ni siquiera por parte de las autoridades".

La población provincial del siglo XIX era profundamente católica, y el principal asentamiento humano en ese siglo era Tarapacá (San Lorenzo), ubicado en el valle del mismo nombre. Allí estaban algunas de las más prominentes familias de la provincia: Carpio, Ramírez, Vernal, Castilla, Perea, Trillo, Tinaxas, Vicentelo, Castro, Obligado, Mendieta, Marquesado, Vigueras, De Lafuente, etc. Su articulación con los minerales argentíferos de Huantajaya y Santa Rosa hizo que este poblado fuera la capital de la provincia en el periodo colonial y continuara siéndolo durante la república hasta 23 de febrero de 1875, cuando esa preeminencia pasó a Iquique. Desde entonces, Tarapacá (San Lorenzo) comenzó a perder su relevancia económica, social y política, pero no así la religiosa, pues la devoción a su santo Patrono continúa con fuerza creciente, transformándose en un verdadero ícono regional.

Tal como los antiguos mineros tarapaqueños bautizaron a sus salitreras de Paradas con el nombre Carmen por la virgen del Tamarugal, también hubo oficinas llamadas "San Lorenzo". Entre las más antiguas estuvieron: San Lorenzo de propiedad de Mariano Rodríguez, Emilia Loayza, Julia Loayza y Marco Granadino, ubicada en el cantón Las Tizas. Fue conocida como "San Lorenzo de Granadino", y San Lorenzo de Zavala Hermanos, sita en el cantón Zapiga. Los hermanos Zavala, naturales de Pica, eran hijos de Justa Tinajas Nestares y Santiago Zavala Echeverría, que fueron dueños también de la oficina Candelaria.

La oficina San Donato, del cantón La Peña, cuyas ruinas son fáciles de observar a la vera del camino hacia Huara, cerca del Fuerte Baquedano, fue de propiedad del "rey del salitre" J.T. North, pero tuvo un nombre anterior, "San Lorenzo de Ramírez", por el de su dueño original: Eusebio Ramírez. Sin embargo, en la documentación oficial se menciona a "San Lorencito" y no "San Lorenzo". En 1882 San Lorencito fue rescatada por el empresario de origen croata Juan Marincovich. Al parecer bautizaron así a esta oficina para diferenciarla de la oficina de Máquina San Lorenzo del cantón Soledad, de propiedad de la empresa Ugarte, Ceballos C°, cuyos socios eran todos tarapaqueños. Será esta última la que se atesora en la memoria nacional, porque allí (cuando su dueña era la empresa inglesa The San Lorenzo Nitrate C°), en la mañana del 14 de diciembre de 1907, se inició una huelga obrera que rápidamente avanzaría a las salitreras, Gloria, San Lucía, La Perla, Argentina y otras, hasta llegar al Alto San Antonio, para después bajar a Iquique. Huelga que terminó en una tragedia que estremeció al país, quizás por ello el santo de Tarapacá se identifica con los más pobres y necesitados.

"Tarapacá (San Lorenzo) comenzó a perder su relevancia económica, social y política, pero no así la religiosa, pues la devoción a su santo Patrono continúa con fuerza creciente".

Sergio González Miranda,, Premio Nacional de Historia

Pese a que algunos venden cosas usadas que rescatan a modo de feria de las pulgas, gran parte de los coleros de la feria itinerante venden una serie de mercancías ilegales, entre ellas medicamentos, cigarrillos y fruta de contrabando.

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Constantemente las autoridades municipales se quejan de la falta de recursos para el desarrollo de las comunas, sin embargo, junto a la crítica parece necesario agilizar la ejecución de los proyectos y así cumplir con las promesas.