Jackson y el 5 de septiembre
El ministro G. Jackson se ha puesto por primera vez en la hipótesis que triunfe el rechazo en el próximo plebiscito:
Vamos a tener que trabajar desde el 5 de septiembre en cómo hacemos viable la mayor cantidad de nuestro programa de gobierno-- dijo en Tolerancia Cero, de CNN.
Y sí. No hay duda que si triunfa el rechazo el gobierno deberá hacer ese esfuerzo. Lo que omitió decir el ministro es que el mismo esfuerzo deberá hacer en el caso que triunfe el apruebo.
Porque en uno y otro caso será inevitable comenzar un largo proceso de negociaciones entre el actual Congreso nacional y el ejecutivo.
Si gana el apruebo entrará en vigencia la carta constitucional; pero en la medida que ella formula principios, reglas generales, y establece solo orientaciones al poder, requerirá una densa maraña legislativa para la realización efectiva de lo que en ella se contiene. Y a la hora de llevar adelante ese verdadero programa legislativo será inevitable contar con la anuencia de la derecha que -es mejor no olvidarlo- cuenta con una gran presencia en la Cámara y en el Senado. Y, por la inversa, si gana el rechazo la situación tampoco será muy distinta puesto que de todas formas habrá que llevar adelante un intenso programa de negociaciones esta vez para reformar la carta de 1980, puesto que, como se recordará, la mayor parte de quienes rechazan esperan que ello conduzca también a una reforma.
De manera que no es cierto (como podría seguirse de las palabras del ministro) que las cosas serán más fáciles para el gobierno que si gana el apruebo que si gana el rechazo. Lo más probable es que serán, en ambos casos, difíciles.
En el caso del apruebo la dificultad provendrá del hecho que la mayoría abrigará grandes esperanzas de cambio repentino (que es lo que se le ha dejado creer); pero como ese cambio repentino no se producirá puesto que es necesario contar con leyes que desarrollen los derechos constitucionales, habrá una inevitable frustración de expectativas que habrá que contener, algo que -todo hay que decirlo- no será tarea fácil para un gobierno y un presidente que posee mayor talento para estimular lo que la gente apetece que para mostrarle a la ciudadanía los límites que impone la realidad; un gobierno que tiene elocuencia para decir lo que hay que cambiar pero que muestra extremo pudor a la hora de decir cómo llevar adelante ese cambio; bueno para hacer frases, pero más lento para hacer cosas.
En el caso del rechazo esa dificultad se originará, desde luego, en los sectores más radicales que sentirán que se les ha traicionado y que el camino institucional era, finalmente, y como ellos lo habrían insinuado, un simple engaño, una forma de escamotear los cambios. Y entonces el gobierno estará en medio del siguiente problema: necesitará negociar con la derecha para llevar adelante siquiera parte de su programa; pero buena parte de su base de apoyo, la más convencida (la que le dio el voto en la primera vuelta) se habrá desilusionado un tanto de las reglas. Entonces aquellos sectores más nihilistas y en cualquier caso minoritarios (los que piensan que el desorden y la violencia callejera produce frutos) encontrarán ocasión para reanimarse, para revivir el octubrismo, solo que ahora sin compromiso institucional puesto que sentirán que sus prejuicios (eso de que la democracia es un engaño y cosas así) se verán confirmados.
Por eso es mejor que el ministro Jackson no espere el cinco de septiembre para ponerse a pensar cómo ejecutar siquiera en parte el programa de gobierno.
Sugiero que se ponga a trabajar de inmediato.