Se nos enseña durante nuestra vida que la familia es esencial para alcanzar cada una de nuestras metas y así desde pequeños pasamos de los brazos de nuestros padres, pero apoyados por nuestro entorno más cercano, a un mundo nuevo que, además de educarnos, nos permitirá aprender a cómo ser parte de la sociedad.
Conocemos así la educación parvularia, la enseñanza básica y, finalmente, la enseñanza media, en el mejor de los casos rodeados por familiares. Mientras que otros, en tanto, viven esta etapa de aprendizaje de manera más solitaria, pero por ello con una mayor conciencia de su responsabilidad individual.
La eterna pregunta ¿qué quieres ser cuando grande? Parece estar siempre en boca de todos, acompañado a veces ingenuas pero genuinas respuestas como bombero, astronauta, cantante y bailarina, que dan cuenta de alegría y esperanza, pero también de nuestra incertidumbre respecto al futuro.
Llegamos a la enseñanza media y vamos dilucidando cuál será nuestro camino, mientras unos tienen que trabajar, otros optan por la universidad y en algunos casos deben combinar ambos para seguir avanzando.
Pero si bien la educación universitaria implica madurez e independencia familiar, la verdad es que tanto la permanencia como el rendimiento son frutos de la preparación que da nuestro entorno, al igual que del apoyo y las dinámicas de interacción familiar, las que generalmente extrapolamos a la vida académica. Por eso, muchas veces el logro de un título profesional, es reconocido, además, como el resultado de un esfuerzo familiar, producto del soporte y acompañamiento de madres, padres, hermanas, hermanos, abuelos, parejas, hijas e hijos.
Nuestra comunidad vivió la emoción y alegría junto a dos familias, al recordar a sus hijas en la Unap. Una al colocar su nombre a un laboratorio y otra al entregársele su título profesional póstumo. Jóvenes que se destacaron en sus respectivas carreras y en su entorno, pero que inevitablemente el destino, por una enfermedad y un accidente, las arrebató de sus seres queridos y comunidad que tanto las quería.
Nuestro reconocimiento a Carolina y a Valeska, a sus familias que las formaron desde pequeñas e hicieron de ellas grandes personas, estudiantes, madres, hijas y amigas, como también a quienes continuaron dentro de nuestra casa de estudios con esta labor.
"Nuestra comunidad vivió la emoción y alegría junto a dos familias, al recordar a sus hijas en la Unap".
Alberto Martínez,, rector Universidad Arturo Prat