La sordera de Huenchunao
Las declaraciones de José Huenchunao llamando a tomar las armas, o planteando que será inevitable hacerlo -"no hay ningún pueblo que se haya liberado de otra manera", dijo- dan cuenta de que los incidentes de violencia en el sur no son producto de acciones meramente delictuales o iniciativas de cabezas calientes, como a veces nos gusta creer, sino que son resultado de una convicción ideológica.
A la luz de esas declaraciones, la violencia del sur no es solo el fruto del narcotráfico, el robo de madera a escala industrial o cosas semejantes (aunque también se deba en parte a ello) sino que es el resultado de una posición ideológica, doctrinaria, el fruto de una convicción que la historia, como subraya Huenchunao, enseñaría: que la violencia es la única forma de obtener la autonomía a la que sectores del pueblo mapuche aspiran.
Y eso sí que es preocupante.
Porque del hecho de creer que se cuenta con buenas razones para ejercer la violencia, se puede pasar muy rápidamente a eso que Albert Camus llamó el crimen lógico.
Albert Camus contrapuso el crimen pasional, a lo que llamó crimen lógico. Mientras el primero es el fruto de un arrebato y es por eso excepcional, y no pretende erigirse en mandato, el segundo, llama a la doctrina y al razonamiento en su auxilio y a partir de allí prolifera, al igual que la razón, como si fuera un silogismo. Mientras el crimen pasional, concluye Camus, es solitario como un grito, el segundo es universal como la ciencia (es la universalidad que pretende Huenchunao, al decir que ningún pueblo se ha liberado de otra forma que con la violencia). La violencia que en democracia debe ser perseguida y juzgada, presume ahora que no es más que expresión de una ley histórica. Y si es la historia la que empuja a la violencia ¿quién entonces podría ser juzgado en el futuro por ejercerla?
Al esgrimir en favor de la violencia (o sea en su favor, o en favor de la CAM) una especie de ley histórica, José Huenchunao está poniéndose de frente, sin excusas ni pretextos, a las instituciones democráticas que parten del supuesto exactamente opuesto al que él formula. La democracia, en efecto, piensa que no es posible, mientras ella existe, justificar la violencia como método de acción política o como forma de imponer la propia manera de concebir al mundo. Es propio de la democracia aceptar todos los puntos de vista y la prosecución de los más diversos objetivos (incluida, por supuesto, la autonomía del pueblo mapuche que Huenchunao pretende) a condición de que ellos se persigan mediante métodos pacíficos (por eso la mejor y más sencilla definición de democracia la dio Raymond Aron: es la competencia pacífica por el poder).
Admisión de todos los fines y de cualquier propósito, pero exclusión de un específico medio para perseguirlos: la violencia. Esa es la única condición de la democracia.
Abundando en sus declaraciones Huenchunao declara aspirar a tener el control de las escuelas situadas en el territorio que reivindica. Aceptemos, incluso sin mayor crítica, esa demanda. Pero en tal caso ¿por qué ello debiera perseguirse con la violencia cuando parece haber ya un amplio acuerdo, tanto en la izquierda como en la derecha, que los pueblos originarios tienen derechos colectivos entre los cuales está, desde luego, el derecho a transmitir la propia cultura? Es probable que Huenchunao sepa eso, pero que así y todo prefiera no oír y creer que la violencia o las armas es el camino.
Y es que como suele ocurrir a quienes se dejan invadir por la fiebre ideológica, quizá ocurre a Huenchunao que, convencido de la ley histórica que proclama, acabe prefiriendo los medios a los fines, la violencia en si misma a los objetivos que dice pretender, o, en otras palabras, que fiel a su convicción histórica y en su afán de escuchar a lo que él piensa enseña la historia, haga oídos sordos incluso a lo que se ha convenido en la Convención constitucional.
Carlos Peña