Diego Gotelli

Superando las estimaciones de apoyo que hacían sus impulsoras, la Cámara de Diputados aprobó la idea de legislar el proyecto que busca despenalizar el aborto dentro de las primeras 14 semanas de gestación, sin límites de causales.

En su votación en general la propuesta obtuvo 75 respaldos, 68 rechazos y 2 abstenciones, superando su primer trámite a tres años del comienzo de su discusión.

"Es histórico", celebró Maite Orsini, una de las autoras del proyecto.

La iniciativa, que ahora vuelve a comisión para ser discutida en particular, contempla tres modificaciones al Código Penal con las cuales se dejaría estipulado que si bien seguirán existiendo sanciones para quienes aborten o hagan abortar, éstas no serán aplicables si la interrupción del embarazo ocure antes o durante la semana 14 de gestación.

Así, en el lapso se permitiría el aborto sin condiciones, y desde la semana 15 sólo se podría bajo las causales de peligro para la vida de la mujer o la inviabilidad fetal de carácter letal que hoy ampara la vigente ley de 3 causales. El motivo de violación actualmente rige hasta las 14 semanas en las niñas, y hasta las 12 semanas en las mayores de 14 años.

Natalia Castillo (RD), otra de sus firmantes, explicó que con esto se busca avanzar a "no criminalizar" a las mujeres por abortar, para lo cual "no bastan las 3 causales".

Hoy la interrupción del embarazo fuera de los motivos permitidos contempla una pena para la mujer de presidio menor en su grado máximo (desde 3 años y un día a 5 años), mientras que los facultativos que cooperen con esos fines y quienes causen un aborto maliciosamente sin consentimiento también arriesgan sanciones penales.Hasta última hora la aprobación estaba en duda. En la oposición calculaban tener unos 70 respaldos, similares al de sus retractores, existiendo la opción de que fuera rechazado y no se pudiera volver a impulsar en un año. "Había un riesgo", dijo Karol Cariola (PC), de una "bancada feminista" desde donde algunas reconocieron que no se esperaban el avance.

Con todos los partidos de oposición votando a favor, salvo el radical José Pérez que se abstuvo; y con el rechazo del oficialismo, exceptuando la aprobación del Evópoli Francisco Undurraga, el factor clave fue una DC que votó dividida: siete respaldaron la propuesta, y tres -Miguel Ángel Calisto, Jorge Sabag y Joanna Pérez- votaron en contra. La última antes había sido el voto dirimente para rechazar el proyecto en comisión, postura que el Gobierno le pidió mantener durante la tramitación en particular.

"La posición del Gobierno y del Presidente Sebastián Piñera frente al aborto es conocida. No contemplamos impulsar o respaldar un proyecto de esta naturaleza", enfatizó la ministra de la Mujer, Mónica Zalaquett, durante un tenso debate en el hemiciclo.

La deliberación estuvo marcada por constantes confrontaciones entre los promotores de la iniciativa y quienes optaban por priorizar la vida del que está por nacer.

Por un lado Catalina del Real (RN) afirmó que lo que se estaba aprobando era "asesinato, con todas sus letras"; su compañera Ximena Ossandón comparó la tramitación con discutir un proyecto "de tortura, pedofilia (...) temas a los que no se les abre la puerta"; y el Republicano Ignacio Urrutia afirmó que sus impulsores "ponen en un estándar mucho más alto a los animales que a los humanos", recordando que hace unos días se votó la prohibición de las carreras de perros.

La diputada Orsini (RD) acusó que los "anti aborto" son "pro muerte" de mujeres embarazadas que se someten a interrupciones inseguras; y la comunista Camila Vallejo tildó de mentirosos a quienes dicen que no se persigue penalmente a quienes abortan. Según cifras del Gobierno, no hay mujeres cumpliendo pena efectiva por tal motivo.

La escena de un grupo de iquiqueños quemando las pertenencias de emigrantes (mientras otros cientos los celebraban, azuzándolos) es de los acontecimientos más relevantes de los últimos días. Frente a él palidece la disputa presidencial, o el 10 por ciento o, incluso, el debate sobre el aborto.

¿Por qué?

La razón es que ese acontecimiento mostró cuán delgada es la superficie de la civilidad y del respeto por el otro. Basta un conjunto de carpas que afean la ciudad, costumbres ajenas o acentos extraños sostenidos durante un tiempo, para rasgar esa delgada superficie y para que afloren una por una lo que pudiéramos llamar las capas de la barbarie.

Esas capas son de variada índole.

Ante todo, y en el nivel más superficial, se encuentra el temor -un temor irracional- a que el otro, el extraño, arrebate lo propio: el trabajo que se tiene, la familia que se quiere, los espacios que se ocupan. Esta es la capa más superficial: la idea que el emigrante causa daño y arrebata bienes materiales que en justicia pertenecerían a los nacionales antes que a ellos. Si usted preguntara a esos cientos de personas que se manifestaron contra la presencia de emigrantes porqué lo hacían, seguramente racionalizarían su molestia esgrimiendo un argumento de justicia. No es -dirían- el odio lo que los mueve, sino la protesta por una situación injusta, por una mala política migratoria, etcétera.

Pero sabemos, desde Freud, que las explicaciones que cada uno da acerca de su propia conducta suelen ser disfraces de sentimientos más profundos cuyo sentido se escapa incluso a quien los siente. Es lo que ocurre con ese argumento de justicia. El argumento es falaz porque nadie reacciona así frente a la competencia por el empleo o la ocupación de los espacios públicos. Sin embargo, en esta ocasión ellos sí lo hicieron ¿por qué? La razón parece obvia. Lo que desata el tipo de comportamientos que vimos en Iquique no es la injusticia que se padece, sino la mera presencia del otro en esos espacios. No es el hecho de perder el empleo o de no disfrutar del espacio público el problema (puesto que eso es algo que todos aceptan sin mayores aspavientos cuando ello ocurre a manos del vecino), sino la circunstancia de que ello ocurra como resultado de la presencia de otro, de un extraño, lo que desata esta reacción. Hay algo pues de simple xenofobia en todo esto y algo de inocultable racismo.

Y esa hostilidad hacia los extranjeros -que se transforma rápidamente en xenofobia- tiene todavía una capa más profunda.

Se trata de la idea que el otro, el extraño -para nuestros efectos, el venezolano, el haitiano- nos roba algo que no es propiamente material, sino algo simbólico que nos constituiría como comunidad. Cuando esa horda -no se la puede llamar de otra forma- gritaba ¡y llegaron los chilenos! mientras arrojaban las pertenencias de los emigrantes a la hoguera, estaban revelando el lado más oscuro y tribal del nacionalismo: la idea que los nacionales de un país poseen algo que los unifica y que el extranjero, con su sola presencia, amenaza. Freud, en sus estudios sobre Psicología de las masas, observó que en este tipo de grupos de enardecidos siempre aflora un anhelo libidinal, un deseo, erigido en torno a algo. Ese algo diferenciaría a la tribu nacional del extranjero. Sería aquello que el de la tribu posee y que el extranjero amenaza con su sola presencia. Sobra decir que esta dimensión tribal del nacionalismo -inconsciente e irracional- es la más peligrosa de todas puesto que basta un liderazgo audaz para que se constituya en combustible de una fuerza política.

Afortunadamente en Chile no ha asomado ese tipo de liderazgos que hacen de la xenofobia -la mayor parte de las veces disfrazada de nacionalismo- el cemento de la cohesión política. Es este un signo alentador de que, a pesar de todo, y no obstante esas hordas que causan vergüenza, todavía la delgada capa de civilidad no se rasga totalmente entre nosotros.

Carlos Peña