Solidaridad viva
El mes de agosto es para la Iglesia motivo de gran regocijo, el martes 10 celebramos al diácono y mártir San Lorenzo, para quien la riqueza mayor de la Iglesia, no son sus templos, sino los pobres: hijos predilectos de Dios; el domingo 15 de agosto, celebramos la fiesta de la Asunción de la Virgen a los cielos en cuerpo y alma, y con ello afirmamos que el bien triunfó sobre el mal, venciendo con el madero de la Cruz a la muerte, entregándole la promesa a la Iglesia, que si vive en la caridad y el perdón gozará como su Madre María el gozo de la vida eterna. Chile y la Iglesia celebró el pasado 18 de agosto, el día de la solidaridad, celebración que nace como expresión del cariño y respeto a la obra de San Alberto Hurtado, sacerdote chileno, que con su ejemplo testimonió que las personas en situación de pobreza no pueden quedar invisibles, como sociedad debemos hacernos cargos de ellos, son nuestros hermanos, porque así lo rezamos en el Padre Nuestro, y es exigencia del evangelio, testimoniar con la vida aquello que rezamos.
El Padre Hurtado vio a Cristo en el pobre y él mismo fue otro Cristo, bondadoso y bueno para los pobres de su tiempo. Decía: "Tanto dolor que remediar: pues Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos dolientes, enfermos y desalojados. Cristo, está acurrucado en la persona de tantos niños que no tienen a quién llamar padre, que carecen no solo de pan, sino también del beso de una madre". En estas palabras, descubrimos que la solidaridad tiene el desafío de ser no solo un evento esporádico -una vez al año- a veces, realizado para acallar nuestra conciencia. La solidaridad de un país, como de los creyentes, debe ser un compromiso permanente, expresado en políticas públicas y acciones pastorales concretas, que busquen entregar no caridad, sino justicia social a todo ser humano que viva en la miseria, para que pueda alcanzar a vivir junto a su familia dignamente.
Sería un error, y para un creyente, un contra sentido, que, frente a la realidad de los pobres, dígase migrantes indefensos; adultos mayores que no solo viven el dolor de la pobreza, sino también el dolor del olvido; familias que, a raíz de los efectos desastrosos de la pandemia, pasaron a ser más pobres; a ellos, no podemos entregar solo palabras de consuelo o solo comida, lo verdaderamente humano y cristiano es mirarlos como hermanos. El individualismo en el que vivimos y la cultura del descarte -que tanto nos recuerda el Papa Francisco- construyen sociedades que no se miran a los ojos, de frente, con ternura, como deben hacerlo los hijos de Dios, así como la hacía Cristo, que miraba con amor, regalando respeto, dignidad y salvación al ser humano.
Que, por intercesión de San Alberto Hurtado, pueda llenarse de equidad, de paz, y respeto por la vida el alma de Chile.
"No podemos entregar solo palabras de consuelo".
Guillermo Fajardo Rojas,, administrador disocesano, Obispado de Iquique