El archivo que Susan Sontag vendió en un millón de dólares
La inteligencia de la pensadora norteamericana se mezcla en esta biografía con anfetaminas, desamor y fracaso matrimonial. Este libro -hecho con documentos que compró la UCLA- ganó el premio Pulitzer.
Por Amelia Carvallo
Benjamin Moser buceó en todos los escritos que Susan Sontag (1933 -2004) vendió a la UCLA en un millón de dólares, junto a su biblioteca de 20 mil libros. Con ese trabajo -que le tomó varios años- ganó el premio Pulitzer de este año. Y es que Sue Lee Rossenblat, el verdadero nombre de Susan Sontag, era una impenitente lectora y escritora que comenzó a dejar sus pensamientos por escrito desde los once años.
Ya en las primeras páginas, el autor, Benjamin Moser, nos cuenta de ese afán: "Sus diarios, que con el tiempo ocuparían más de un centenar de volúmenes, empezaron con un cuaderno comprado en Tucson, en la esquina de Speedway y Country Club. Lo primero que anotó en él fue la esperanza de encontrar un lector afín: "Algún día, enseñaré estas páginas a la persona a la que habré aprendido a amar: así era yo, he aquí mi soledad".
La biografía entrega antecedentes para aquilatarla. Por ejemplo, que a pesar de representar la quintaesencia de lo neoyorkino, tuvo una infancia provinciana. Moser la califica como "la última gran estrella literaria de Estados Unidos".
"Su fama fascinaba en parte porque no tenía precedentes. Al comienzo de su carrera generaba desconcierto, pues era una mujer joven y hermosa que poseía una erudición apabullante, una escritora procedente del hermético y jerárquico universo intelectual neoyorkino, que sin embargo no le hacía ascos a la 'baja' cultura contemporánea que la generación anterior se jactaba de aborrecer. Carecía de verdaderas predecesoras, y si bien fueron muchas las que siguieron su ejemplo, nadie volvería a llenar convincentemente el hueco que dejó. Ella creó el molde y luego lo rompió", sentencia Moser.
Academia y matrimonio
La vida académica de Susan Sontag fue precoz: a los 16 años ingresó a Berkeley, como cuenta Moser. "Durante los primeros meses allí, leía con la avidez de siempre: confesó su decepción inicial con Doctor Faustus de Thomas Mann, se fustigó por su pedantería respecto a Robert Browning, memorizó pasajes de Christopher Marlowe, le defraudó la 'puerilidad conceptual' de Hermann Hesse y se propuso aprovechar el verano para 'concentrarme en Aristóteles, Yeats, Hardy y Henry James'. Por esas fechas también andaba enfurruñada porque se había enamoriscado de una chica llamada Irene Lyons que no le hacía caso y tuvo varios escarceos sexuales con hombres a fin de 'demostrar que soy, por lo menos, bisexual', aunque acabaría confesando que no sentía 'sino humillación y degradación ante la idea de tener relaciones físicas con un hombre'".
De Berkeley saltó a la Universidad de Chicago, donde su inteligencia dejó pasmados a los profesores y conoció a quien sería su esposo y el padre de su único hijo: Philip Rieff, un joven profesor de Sociología a quien se ofreció como ayudante. Pocos día después escribe a su madre: "Paso mucho tiempo con Philip Rieff, + de pronto me doy cuenta de que lo nuestro existe de veras, una relación completamente distinta a todas las que he tenido hasta ahora. ¡No te rías! No es un hombre apuesto. Es alto + delgado, tiene cara de esqueleto + sus buenas entradas. Es tan sesudo + respetable que asusta, PERO también es asombrosamente brillante + muy atento + un montón de cosas que lo hacen muy atractivo a mis ojos. ¿¿Puedes creer que tu hija, la del corazón de hielo, esté sientiendo de veras estas emociones tan manidas??".
Él tenía 28 años y ella 17, a la semana de conocerse se comprometieron y se casaron un año después. En su diario anota: "Me caso con Philip con plena conciencia + temor a mis tendencias autodestructivas". Su hijo nació en 1952 y ella retomó un año después sus estudios de Filología Inglesa, esta vez en la Universidad de Connecticut para luego trabajar, en 1954, en el Departamento de Filosofía de Harvard con 20 años.
En 1956 su matrimonio hizo agua: "(el matrimonio) es una institución dedicada al embotamiento de los sentimientos. El sentido del matrimonio no es otro que la repetición. A lo sumo, aspira a la creación de dependencias sólidas y mutuas. Con el tiempo, las discusiones se convierten en algo absurdo, salvo que uno esté dispuesto a actuar en consecuencia, es decir, poner fin al matrimonio", anota en su diario y huye a Inglaterra, a estudiar a Oxford donde la apodaron "el príncipe tenebroso". Aburrida de los ingleses pisa París en 1957 y también visita el campo de concentración de Dachau donde comienza el ensayo "Sobre la fotografía".
La afición al cine de la filósofa la embarca rumbo a Suecia, cuyo gobierno financia su película "Duelo de caníbales"; después vendría "Hermano Carl". También participa en la política visitando Hanoi en mayo de 1968, travesía que plasma en la obra "Viaje a Hanoi". Además de la guerra en Vietnam, también se interesó por la Revolución Cubana y el mayo del 68. Estuvo en Berlín para la caída del muro y en los 90 armó revuelo cuando llegó a la sitiada Sarajevo y vivió entre los tiroteos junto a los serbios, con quienes montó "Esperando a Godot". Siempre polémica, en los 2000 impactó con sus opiniones post 11/9 y sus descargos ante las fotos de los presos de la cárcel Abu Ghraib en Irak.
Pero no se crea que esta biografía solo amplifica su lado heroico, también se sumerge en su adicción a la anfetamina y su constante errar amoroso, de pareja en pareja y sin aceptar su lesbianismo. "La cultura tal vez hubiese cambiado, pero Sontag no. Hasta el final de su vida, vivió la homosexualidad como una 'especie de secreto escandaloso'. En público, pero incluso en privado, renegaba tajantemente de cualquier relación con Anne Leibovitz", advierte Moser.
Es precisamente la famosa fotógrafa, que la acompañó en su segundo y mortal cáncer. Ella cumplió el deseo de Sontag: que en su funeral se oyera la última sonata para piano de Beethoven.