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En sus comienzos, cuenta Fernanda Trías, se le hacía difícil abrirse un espacio en el mundo literario de Uruguay. Y añade que vivió varias situaciones de ninguneo. "Se mencionaba mi físico y mi cara en lugar de mi escritura. Talleristas y editores intentaban abusar de su poder. Escaseaban las editoriales independientes y las pocas que había eran recalcitrantes, no quería apostar por publicar autores jóvenes", critica.
Ese desdén amainó cuando conoció al escritor Mario Levrero ("Cuentos cansados", "Irrupciones", "El sótano") poderosa figura de las letras uruguayas. "Había leído dos novelas suyas y me parecía asombroso que alguien así estuviera vivo y encima viviera en mi ciudad. Quería aprender de él, lo que fuera y como fuera. Conseguí su teléfono y le dejé un mensaje, ya que él no atendía el teléfono. Mientras lo dejaba, atendió y me pidió que le mandara algún texto mío por mail", cuenta Fernanda Trías.
Desde entonces, empezaron a verse una vez por semana para discutir esos textos que pergeñaban una novela que nunca fue. Un año más tarde se unió a su taller, donde hizo amigos y amigas que le duran hasta hoy. "Según Levrero, era importante que conociera a otras personas jóvenes interesadas en la escritura. En aquel entonces yo prácticamente vivía encerrada y con muy pocos amigos, uno o dos. Él intentó sacarme de mi aislamiento, y es cierto que en su taller conocí a amigos que fueron importantes para mí, como la escritora Inés Bortagaray", relata Trías.
-¿Cómo era el famoso taller de Levrero?
-No recuerdo mucho la dinámica porque iba de manera saltada, casi nunca hacía los ejercicios, no lo hice de manera "formal". Sin embargo, sí puedo decir que no eran ejercicios técnicos, sino para movilizar la imaginación, lo que él llamaba "disparadores". Luego se leían en voz alta y se comentaban, pero sus comentarios eran mínimos: marcar una palabra que se repetía o te decía que esa voz era impostada o simplemente te decía "muy bien". Era un catalizador, un elemento aglutinante, creía profundamente en la escritura intuitiva.
-¿Leyó "La azotea"?
-Sí, y escribió en la contraportada lo siguiente: "La protagonista, prisionera casi voluntaria en un mundo cerrado y atroz, narra con sosegada, minuciosa y casi amable crueldad las circunstancias de un tramo crucial de su vida. Fernanda Trías, en las antípodas de esa literatura estéril que está de moda, aparece como una de las narradoras actuales más interesantes de la lengua hispana".
Fernanda se ríe cuando recuerda la vergüenza que le daba esas frases que le parecían "demasiado elogiosas", pero cuenta que en el año 2004, pocos meses antes de morir, Levrero le confesó que seguía pensando lo mismo.
La próxima novela que Fernanda Trías publicará se llama "Mugre rosa" y sigue la historia de una mujer que cuida a un niño enfermo. Esta ficción la comenzó a escribir en la casa del pintor Diego Velázquez en Madrid gracias a una residencia que tuvo allí, pero no fue sino en Bogotá -un año y medio después- que empezó a tomar forma definitiva.
"El nombre 'Mugre rosa' es una manera despectiva de referirse a un producto de la industria cárnica que se procesa a partir de los desechos y cortes menos finos de los animales, un amasijo de restos desinfectados", explica la autora. La enfermedad del niño es un trastorno que afecta la sensación de saciedad y quienes la padecen siempre sienten hambre y pueden comer hasta morir. Es una novela que reflexiona sobre la crisis ambiental y alimenticia que estamos atravesando, sobre las relaciones humanas pero también la relación que tenemos con los animales", anticipa Fernanda Trías desde su propio encierro
"Atrincherarse tiene un límite. Y en el intento por protegernos, finalmente podemos terminar causando un daño peor. En nombre del amor se pueden hacer cosas terribles".