Una muchacha sombría que no sale a la calle
La novela corta de la uruguaya Fernanda Trías "La azotea" (Laurel) recorre los escalofríos del encierro en un departamento al que no le llega el sol. En Chile se acaba de editar esta antesala del miedo.
Por Amelia Carvallo
En 1999, la uruguaya Fernanda Trías tenía 23 años y escribió "La azotea", una breve novela conducida por la voz de una muchacha sombría y cauta que no sale a la calle.
Junto a un padre postrado, y con una hija recién nacida, la protagonista resiste enclaustrada en un edificio sin luz, donde ve pasar los días y la fatalidad.
Con una primera edición de 2001, desde entonces el libro ha sido publicado en Uruguay, Colombia, España, Venezuela y pronto habrá una edición en México, Inglaterra, EE.UU. y Grecia. En Chile, Laurel acaba de ponerlo en sus novedades.
Trías habla de su historia desde la ciudad de Bogotá, donde vive actualmente. Lleva casi tres meses en cuarentena, impartiendo clases online de escritura creativa en la Universidad Nacional de Colombia.
La autora cuenta que esta trama, como siempre en su caso, comenzó con una imagen: "Estaba acostada y vi una jaula en una habitación en penumbras. Después olí. Era el olor a pájaro, a suciedad, a encierro. Y luego oí una voz que narraba eso. Era la voz de Clara, su manera un poco infantil y torcida de mirar las cosas. Lo único que tenía era eso, cuando empecé a escribir. Eso y la seguridad de que el apartamento oscuro que había visto en mi imaginación era el de mi abuela materna, un apartamento sin luz natural, porque daba al paredón de la iglesia Tierra Santa en Montevideo. A partir de esa imagen fui avanzando, a tientas, como quien tira de la punta de un hilo y va desenrollando la madeja".
El encierro
Las apretadas páginas de la "La azotea" se precipitan angustiosamente como las sombras que suben por las paredes del asfixiante departamento. Todo es acechante y peligroso, el mundo allá afuera se desmorona y Clara sólo tiene la azotea para respirar.
"La paranoia no me resultó difícil de trabajar porque yo me conecto mucho con esa forma de pensar, los pensamientos circulares y obsesivos son también muy míos. Por supuesto que exagerados, extrapolados. Dos de mis escritores favoritos trabajan ese tipo de pensamiento obsesivo: Witold Gombrowicz y Thomas Bernhard, a quienes leía mientras escribía, sentía que me hablaban directamente, que 'me entendían'. Y sí, puede ser, puede ser que una se sienta más comprendida por un muerto austríaco que por un vivo de su propio país".
-¿Qué te interesaba del tema del encierro?
-Lo que me interesaba trabajar no era tanto el encierro en sí como la paranoia y, tal vez, la locura. ¿Cómo protegerse ante un mundo hostil? Para Clara, la protagonista, todo lo que ocurre fuera de su espacio seguro es amenazante y agresivo. El tema es que podemos crear un búnker de seguridad al que no entre nadie, y sin embargo siempre será una seguridad ilusoria. Es imposible salir ileso. Por eso Clara cada vez va reduciendo más su mundo, se va encerrando, como en esas cajas chinas, en un espacio aún más pequeño, más blindado, y siente que todos sus intentos son infructuosos. Atrincherarse tiene un límite. Y en el intento por protegernos, finalmente podemos terminar causando un daño peor. En nombre del amor se pueden hacer cosas terribles.
-¿Cómo ves el encierro actual?
-El encierro que estamos viviendo hoy no es el mismo al que hubiéramos vivido en la década del noventa. Este es un encierro que tiene la ventana de la virtualidad abierta de par en par, hay una hípercomunicación que tal vez es más nociva que positiva. Hacer un poco de silencio no nos vendría mal. La epidemia de "opinólogos", de noticias falsas, de constante ruido no deja espacio para la introspección y para digerir un poco todo esto que nos está pasando. ¿Es necesario que una horda de escritores salga a comunicarnos de manera inmediata todo lo que está pensando sobre la pandemia? Yo prefiero tomar distancia de los hechos para entender lo que me pasa y luego intentar ponerlo en palabras.
Poseída
-¿Cómo fue el proceso de escritura de "La azotea"?
-Intenso, había en mí una urgencia. Cuando estoy enfrascada en la escritura de una novela siento una especie de hipnosis, como estar "poseída" por una atmósfera particular. Sabía que no podría salir de esa atmósfera ominosa, oscura y dolorosa hasta no haber terminado, y a la vez quería descubrir lo que la historia me ocultaba y que me iba revelando de a poco.
-¿Cómo era tu vida?
-En esa época trabajaba de día y estudiaba traducción de noche. Al llegar de clases me amanecía escribiendo y los domingos los dedicaba a recorrer un popular mercado de pulgas donde me surtía de libros usados. Iba de "pesca" y me volvía con una mochila llena de libros viejos y muy baratos, que yo llamaba "el botín". Era un tiempo de soledad. Soledad en todos los sentidos. No conocía otras escritoras de mi edad, ni tampoco tenía referentes de escritoras contemporáneas. Cada tanto algún nombre surgía como un tótem, como una "excepción", de esas que los hombres habilitaban porque eran mujeres que destacaban por su brillantez, como Virginia Woolf o Djuna Barnes. La sensación de que iba a ser imposible publicar sin recibir un permiso de algún hombre era muy patente, y "natural", en el sentido de que tampoco era algo que se cuestionara.
"Este es un encierro que tiene la ventana de la virtualidad abierta de par en par, hay una hípercomunica-ción que tal vez es más nociva que positiva".