La obesidad como fenómeno ha estado presente desde épocas muy tempranas en la historia del ser humano, sólo hasta hace poco tiempo ha comenzado a considerarse como una enfermedad que necesita de atención especializada, a raíz del ritmo acelerado de aumento de casos de sobrepeso y obesidad. A tal grado ha sido el avance de la obesidad en la población que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado que la obesidad ha alcanzado la proporción de una epidemia a nivel mundial, representando de esa manera una vital amenaza para la salud (OMS, 2013).
Si observamos las prevalencias en población infantil, la Junaeb publicó el mapa nutricional correspondiente al año 2018, donde se observa que el 23,1% de los menores de prekínder padece de obesidad, mientras que un 26,3% tiene sobrepeso; en primero básico la situación es similar, un 24,4% presenta obesidad y un 27,4% presenta sobrepeso, esto quiere decir que, más del 50% de los infantes entre cuatro y seis años en nuestro país pesa más de lo que se considera normal para su edad. No obstante, existe evidencia que avala que alrededor del 50% de los escolares que fue obeso en su etapa escolar se convierte en adulto obeso (OMS, 2013), además de asociarse a una mayor morbilidad y discapacidad en la edad adulta (Aguilar Cordero, M.J. 2014).
La OMS recomienda para niños y adolescentes de 5 a 17 años de edad practicar al menos 60 minutos diarios de actividad física moderada o intensa, duraciones superiores a los 60 minutos de actividad física procuran aún mayores beneficios para la salud. Por el contrario, el sedentarismo produce efectos negativos en los niños como el aumento de peso, no obstante, hay otro factor también involucrado y es la creciente prevalencia de tiempo que pasan con pantallas, ya sea viendo televisión o el celular, o jugando videojuegos (Anderson, Economos y Must, 2008: Leatherdale, Faulkner y Arbour-Nicitopoulos, 2010); la Academia Americana de Pediatría recomienda que se limite el tiempo de pantallas tan sólo a 1-2 horas/día. Ver televisión predice una menor condición física (Mota, Ribeiro, Carvalho, Santos y Martins, 2010), y esto resulta relevante porque existe evidencia de la asociación entre condición física baja y los factores de riesgo metabólicos (Ortega et al., 2008).
Debido a esta evidencia es que resulta imprescindible fomentar el tiempo que se destina a la actividad física y recreación en niños y a su vez limitar el tiempo destinado a las pantallas, ya que los hábitos de vida se establecen durante la infancia y es donde aún podemos intervenir. No es una tarea del todo fácil, pero es indispensable que los padres de hoy en día inviertan más tiempo en actividades que involucren el movimiento y la recreación, dejar que los niños jueguen solos, que se ensucien y disfruten de su alrededor, no tan sólo para mejorar los niveles de actividad física, sino que también para su bienestar emocional, capacidad de creatividad y resolución de problemas.
Carol Flores, académica Educación Física Universidad Andrés Bello.