Eclipse de sol, eclipse de luna, cincuenta años de la llegada del hombre a la luna, muchos motivos para mirar el cielo de manera especial en estos días. En la Sagrada Escritura, muchas veces leemos episodios que invitan a mirar al cielo.
En un desierto parecido al nuestro hace unos cuatro mil años, Abraham fue invitado a contar las estrellas si podía, y se le anunciaba que así de numerosa sería su descendencia. Años más tarde, bajo una luna llena impresionante el pueblo hebreo salió de Egipto camino hacia la tierra prometida.
En el libro de los salmos, el número 8, expresa los sentimientos de un poeta que sin duda contemplando el cielo una noche pudo exclamar y escribir: "Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, pienso: ¿qué es el hombre para que te acuerde de él, el ser humano para darle?
En el libro de Daniel, los tres jóvenes condenados a muerte en el horno encendido, en medio de las llamas prestan sus voces y alaban a Dios por su creación, diciendo en su himno: "Bendigan al Señor, todas sus obras… que el cielo bendiga al Señor… todos su astros, sol y luna, estrellas del cielo, bendigan al Señor".
Sin duda que contemplar la magnificencia del cielo, lleva a intuir al creyente la grandeza de Dios. Nosotros que vivimos en este desierto maravilloso tenemos muy cerca la posibilidad de ver el espectáculo de una noche estrellada, de una luna llena que encanta. Sí, todos debiéramos en algún momento alejarnos de las luces de la ciudad y poder mirar tranquilos el cielo; descubriremos que siempre es un espectáculo fabuloso, no solo cuando se producen los eventos como son los eclipses o ahora al recordar la conquista de la luna, sino que ahí ante nosotros se extiende una maravilla que siempre hace bien contemplar, que nos abisma con su infinitud, con su belleza y que junto con mostrarnos a los creyentes la gloria y el poder de Dios, nos invita a contemplar también la grandeza del ser humano llamado a conocer y explorar ese cielo y esos astros ante cuya luz se pone de manifiesto la luz de sabiduría y poder que hay en cada hombre y mujer, cumbre de la creación, y llamados a que, junto con admirar la creación, Dios pueda conocerla más en profundidad, porque sin duda ella esconde muchas respuestas a las inquietudes que nos pueden afligir.
"Sin duda que contemplar la magnificencia del cielo, lleva a intuir al creyente la grandeza de Dios".
Guillermo Vera Soto,, obispo de Iquique"