Si hablamos del sistema de pensiones, poner el foco en el contexto, antes de mirar el instrumento o sus modificaciones, es quizá el primer ejercicio sensato de realizar.
Así cada vez que se opte por un cambio en el sistema se deberá decidir sobre usos alternativos de recursos. El tema no es menor. Desde que el Estado comience a tener un mayor rol en un sistema, asumirá la necesidad inmediata de reasignar recursos.
Las características etarias y de género, como también los niveles de exclusión social, determinan importantes brechas en distintas materias.
James Heckman, premio Nobel en Economía y experto en desarrollo humano, muestra que el desarrollo durante la primera infancia influye directamente en la economía, la salud y las consecuencias sociales para los individuos y la sociedad. Dentro de sus conclusiones, apunta a que la inversión en el desarrollo de los niños en situación de riesgo es la más eficaz para el crecimiento económico. A corto plazo, los costos se ven equilibrados rápidamente en los beneficios y, en el largo plazo, se logran efectos en la disminución de la necesidad de educación especial, menor necesidad de servicios sociales, reducción de costos de la justicia penal y aumento de la autosuficiencia de las familias.
En otras palabras, invertir en los niños -en entornos de mayor exclusión y en edades más tempranas- permite restituir la equidad y al mismo tiempo promueve la productividad en la economía y en la sociedad en general.
Por tal razón, a la hora de establecer el aporte fiscal al sistema de pensiones, es gravitante tener clara las prioridades de largo plazo, poner énfasis en reducir los niveles de exclusión que merman la capacidad de crecer con equidad. Invertir en un mejor futuro para nuestra infancia es también hacerlo por el futuro de quienes merecen una jubilación digna.
Marcelo Sánchez,
gerente general
Fundación San Carlos de Maipo.