Luisa, la última vendedora ambulante de Baquedano
Es mediodía y el pavimento hierve. Más aún en Baquedano, en la mitad del desierto, donde las opciones para buscar una sombra a esta hora es ubicarse debajo de unos pimientos, justo donde está ahora doña Luisa Cortés (57). Ella no está necesariamente pasando el calor, sino que espera la llegada de cualquier bus que pase, para ofrecer a sus pasajeros, bebidas y sándwiches.
Pero el bus no pasa. Desde el año pasado, cuando se construyó la autopista que actualmente une Antofagasta con Carmen Alto, que el pueblo ubicado a 90 kilómetros de la capital regional, quedó prácticamente aislado. El trazado de la ruta 5 dejó de pasar por Baquedano, y sólo incluyó una salida anexa. Por eso pueden pasar largas horas sin que pase un solo bus, lo que bajó notablemente las ventas de doña Luisa.
En eso, un Expreso Norte con dirección a Calama se detiene en medio de la avenida.
-Voy a ver si me deja subir- comenta en voz alta. Toma paso apresurada, pero el bus abre sus puertas sólo para dejar un pasajero, cierra, acelera y deja una polvareda en el ambiente, dejando a doña Luisa con su canasta llena de bebidas sin poder venderlas.
"No tienen voluntad para que uno suba a vender. Mala onda poh. Algunos choferes dejan subirse, los que son más conscientes, los que son trabajadores igual que uno, entonces saben el sacrificio que uno hace", dice. Ella es de las personas que aún luchan por su Baquedano. Si no es por la pega que dan las mineras cercanas, es difícil vivir en un pueblo que ya no tiene su fuente principal de ingresos: la carretera.
LA RUTA PERDIDA
La vida de Baquedano está históricamente ligada al transporte. A principios del siglo 20 era la intersección ferroviaria entre el viejo "Longino" que recorría desde Iquique a La Calera, y el Ferrocarril Antofagasta-Bolivia. Fue así que al alero de la estación fue creciendo el pueblo. Luisa, nacida y criada en Baquedano, recuerda los gloriosos tiempos del ferrocarril. "Vivía mucha gente acá, tanto en Ferronor como en el pueblo", dice.
Hija de comerciante, la parada del tren significaba buenas ventas para quienes subían a los vagones a ofrecer dulces, bebidas y empanadas para el agotado viajero, que podía demorarse hasta tres días en llegar desde Iquique hasta La Calera.
Cuando el tren al norte dejó de correr, en 1975, Baquedano siguió como una estación de paso para los camiones y buses. "Cambiaron empresarios y todo eso influyó mucho. Hasta el último día del tren hubo gente. Cuando el ferrocarril tuvo que irse, dejó muy abandonado al pueblo", dice Cortés. Así, debió sobrevivir con el paso de camiones y buses, que Luisa también aprovechó. Por acá pasaban los Cóndor, los Macaya, los Tramaca. Ahora, puros recuerdos.
-En el día vendo 25 mil pesos. Antes se hacía más, porque paraba un bus, otro. Por entonces había más emprendedoras también- dice la vendedora. En algún momento volvió a Antofagasta, pero regresó, y dice que seguirá acá viviendo junto a su madre, de 88 años. Ella trabaja en el juzgado, porque las setenta lucas que recibe de jubilación no le alcanzan para nada. "Tiene que pagar luz, gas y para la comida. Yo la apoyo en todo", dice. Además cuenta que es madre soltera, "pero mis hijos son harina de otro costal".
EL RESTAURANT VACÍO
El tema de conversación en Baquedano casi siempre es la autopista que está asfixiando el pueblo. A esta hora, en el restaurant "Otelo" de calle Salvador Allende, apenas había un señor que comía una paila de huevos. Qué daría Francisco Torres, su dueño, porque aparecieran un par de vehículos por acá para que se detengan a comer algo.
-Tú te puedes parar media hora en la carretera y no pasa ningún camión. Yo me he tomado fotos ahí- dice Torres con una especie de desesperanza y humor negro. -Antes ganaba unas 200 lucas de venta, y hoy vengo hasta 30 lucas diarias- cuenta.
Cuando llegó a Baquedano, en 1989, Francisco venía casado desde Antofagasta, y decidió reutilizar la vieja casa de su suegra en un restaurant. El asunto dio buenos resultados, porque como la ruta pasaba por la que hoy es calle Salvador Allende, en ese momento pasaba lleno de camiones. Hoy, casi nada.
Autopista
-La autopista nos complicó mucho la vida, en muchos sentidos. Uno de ellos es el trabajo mismo, ahora la carretera pasa por fuera, tenemos que pagar peaje para salir y entrar al pueblo, nos encarece la vida. Todos estamos en la parada que nos vamos a ir. Entonces esto no se va a mejorar- dice Francisco.
¿Qué hacer entonces? La autopista no va a regresar mágicamente a Baquedano. Francisco piensa que hay que atraer a la gente de alguna forma. "Una campaña publicitaria, llamar la atención, meter bulla", dice.
Mientras tanto, afuera dos personas esperan con una mochila que aparezca un bus para regresar a Antofagasta. Se refugian bajo la sombra de un quiosco, esperando una llegada imprecisa. Porque las empresas aún tienen como destino el pueblo de Baquedano, pero no hay agencias acá. Como dice la canción de Ases Falsos: venir es fácil, volver no tanto.
Al frente, un bus por fin se detiene para que la señora Luisa Cortés pueda vender su mercadería. Mientras ella venda sus sándwiches diariamente, está tranquila y continúa con su deseo de quedarse viviendo acá, porque piensa que ninguna autopista ni nada detendrá el desarrollo de Baquedano.
-Baquedano siempre va a estar acá. Nunca se va a morir. Eso es lo esencial, que nunca lo vamos a dejar morir, porque es el pueblo de nosotros- dice.